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Llamaba a Nami desde las profundidades y, con su voz, le prometía un poder mucho mayor de lo que jamás se había imaginado. Lo único que Nami tenía que hacer era alimentarlo. Ahora, ha olvidado su juramento, su aquelarre, y se pasa innumerables noches deambulando por las aguas turbias del Bosque ancestral en busca del siguiente sacrificio para el leviatán.