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En un acantilado con vista al mar, la gorgona solitaria Cassiopeia estableció su hogar entre un jardín de estatuas que ella mismo creó. Recuerdos de amigos, enemigos y enamorados que perecieron, inmortalizados en piedra, la mayoría gritando de agonía por la eternidad. Los rumores de los pueblos locales advierten que nadie se adentre a sus dominios. Aun así, los visitantes siguen llegando para sufrir el mismo destino.